Si nos encontráramos hoy en la calle con Sócrates, sin duda pensaríamos que es bastante molesto. Siempre cuestionando, siempre preguntando y siempre con ese aire de falsa modestia del que cree que sabe que no sabe. La molestia que producía Sócrates entre sus conciudadanos no solo se debía a la crítica de muchas de las creencias que eran la base de la sociedad ateniense, sino a su insistencia en ello. Para Sócrates no era suficiente cuestionar, sino ser obstinado. El filósofo es definido por la crítica obstinada de nuestras creencias. Sí, los filósofos son obstinados, pero eso no quiere decir que lo sean hasta la irracionalidad, o al menos eso creemos.
¿Cuáles son los límites de esa obstinación?
Primero, algunas de nuestras creencias les dan coherencia, dirección y sentido a nuestras vidas. Ahora, la crítica obstinada de los filósofos menoscaba las creencias que les dan coherencia, dirección y sentido a nuestras vidas. Estas creencias les dan coherencia, dirección y sentido a nuestras vidas cuando constituyen nuestra identidad individual o nos son útiles.
Segundo, ¿qué es una creencia? Entiendo aquí creencia como la aceptación de un conjunto de aseveraciones que describen un estado de cosas. Cuando digo que creo que la Tierra es geoide, mi creencia está compuesta de mi aceptación de una aseveración sobre la forma del planeta Tierra y de la descripción de que la forma del Tierra es geoide. Por un lado, puede suceder que una creencia esté formada de la aceptación de una aseveración y que la descripción contenida en esa aseveración sea falsa, es decir, que no describa un estado de cosas. Cuando sucede esto, estamos frente a una creencia falsa. Por otro lado, si aceptamos una aseveración y esa aseveración describe de forma acertada un estado de cosas, estamos frente a una creencia verdadera.
Nuestras identidades individuales están compuestas de creencias, pues nuestras creencias en muchos casos determinan nuestras actitudes y acciones. Nuestras identidades individuales les dan coherencia, dirección y sentido a nuestras vidas. Por ejemplo, aquel que cree que las actividades humanas modifican de manera irreversible el clima del planeta Tierra serán propensas a tener algunas actitudes y reacciones: podrían evitar el uso de plásticos o ver con recelo el consumo de carne de res. Del mismo modo, las vidas de estas personas pueden desarrollarse alrededor de actividades que disminuyen la modificación del clima debido a la actividad humana: el sentido de su vida, la coherencia de sus experiencias y la dirección de sus esfuerzos está en función de aplacar el cambio climático. Algunas de estas creencias son más fundamentales respecto a nuestra identidad que otras: si alguien critica mi creencia en las hadas, puede que simplemente lo ignore. Sin embargo, si alguien critica una creencia que es fundamental respecto a mi identidad, puede que el sentido de mi vida, su coherencia y su dirección sean vulnerados.
Nuestras creencias, además de componer nuestras identidades, pueden ser útiles. Como dijimos anteriormente, nuestras creencias determinan nuestras acciones, de ahí que algunas creencias nos sean más útiles que otras para actuar. Por ejemplo, creer que existen entidades sobrenaturales que nos observan en todo momento puede tener como resultado un mayor autocontrol. La creencia en la magia en algunos grupos humanos tiene la función de producir coerción social débil, es decir, no es necesaria la persuasión a través castigo terrenal inmediato, pues suficiente es la posibilidad del castigo sobrenatural para persuadir a aquellos que desean obrar en contra de las reglas sociales. En este caso, es útil para estos grupos humanos, por sus condiciones específicas, creer en la magia. El sentido de sus vidas, la coherencia de sus experiencias y la dirección de sus esfuerzos dependen de estas creencias que les son de utilidad: en el caso de la magia, permiten la sociabilidad.
Normalmente, se espera que el filósofo sea un férreo crítico de la totalidad de nuestras creencias. Sin embargo, ¿tiene el filósofo la potestad para desestructurar la vida de los otros a partir de la crítica de sus creencias? También se espera que el filósofo lleve su crítica hasta las últimas consecuencias, pero ¿tiene el filósofo esta potestad cuando el resultado de su análisis puede resultar en el empobrecimiento de la identidad individual de las personas? Finalmente, el filósofo actúa sobre la vida privada de las personas al afectar las creencias sobre las que están basadas sus identidades ¿qué potestad tiene el filósofo de interferir en las creencias privadas de los demás? Este cúmulo de problemáticas preguntas suponen un hipotético límite para la actividad filosófica.
Todas estas cuestiones son imposibles de responder aquí. Apenas deseo llamar la atención sobre la importancia que estas tienen para los filósofos y para aquellos que se relacionan con filósofos, pues el filósofo puede ser un animal peligroso.