Como cualquier otro profesional, el filósofo ejerce una profesión. Y una profesión es un conjunto de prácticas compartidas por un gremio que tienen un objetivo determinado. Para usar el ejemplo aristotélico: el constructor construye; el filósofo filosofa. Mientras, el constructor levanta, lleva, trae, golpea, quiebra, une, etc.; el filósofo lee, discute, teoriza, analiza, piensa. La diferencia entre las actividades del constructor y las del filósofo son de grado. El constructor hace cosas con las manos; el filósofo, con las palabras. Hasta aquí nada extraño.
Es claro que el fin de la actividad de construir es levantar edificios, casas, mausoleos, etc. Nuestra perplejidad respecto al filósofo surge cuando nos preguntamos por el objetivo de filosofar. A fin de cuentas, qué quieren lograr los filósofos con su actividad.
Este es un asunto espinoso y disputado. La finalidad de la filosofía se ha dicho de muchas maneras durante los últimos dos mil quinientos años. Nuestras concepciones sobre finalidad de la filosofía varían en función de la relación que tiene la actividad de filosofar respecto a instituciones como la ciencia o la religión. Por ejemplo, en la edad media, la religión institucionaliza se sirvió de la filosofía para navegar en los laberintos de la fe. Contemporáneamente se discute si la filosofía es una ciencia, o una parte de la ciencia, o el fundamento de la ciencia.
Todos estos roles de la filosofía que mencioné anteriormente asumen que la finalidad de filosofar es conocer.Este conocer filosófico tiene un carácter especial, cuasi divino, pues no es conocimiento de este o aquel acontecimiento mundano. Para algunos, el conocimiento filosófico es conocimiento del conocimiento, de lo que hay en el universo, de cómo debemos vivir, de Dios. Bajo esta óptica, el filósofo parece un iluminado, alguien que sabe lo que todo ser humano desearía saber y que pocos pueden saber. De ahí que se piense que la filosofía es una actividad para iniciados, oráculos o locos, o las tres.
En contra de todo lo anterior, quiero intentar una respuesta que invite a la modestia. La finalidad de la actividad de filosofar no es adquirir un conocimiento especial. Sostendré que el filósofo es un consejero. Es decir, su finalidad es ofrecer un conjunto de recomendaciones razonables sobre lo que debemos creer, lo que debemos sentir o lo que debemos hacer en ciertas circunstancias. A pesar de ser una función muchísimo más modesta, no deja de ser importante. Para lograr que la recomendación sea razonable, el filósofo debe construir conceptos dentro de los cuáles encontramos criterios y métodos que nos ofrecen recomendaciones sobre lo que debemos creer,sentir o hacer.
Utilicemos un ejemplo. Un epistemólogo es aquel que hace recomendaciones razonables sobre lo que deberíamos creer en ciertas circunstancias. Es decir, la finalidad del filosofar del epistemólogo es ofrecer una recomendación razonable sobre lo que deberíamos creer. Veamos como esta recomendación razonable se sustenta en la creación de un concepto dentro del cual encontramos criterios y métodos que hacen razonable dicha recomendación. El concepto común de evidencia tiene un sentido no técnico. Evidencia es la prueba o certeza clara y manifiesta de que algo es verdadero. Por ejemplo, yo tengo evidencia para creer que es verdadero que tengo dos manos o para creer que hoy tomé el desayuno antes que el almuerzo, pues en ambos casos tengo prueba o certeza clara de que ello es verdadero.
Sin embargo, los epistemólogos utilizan un concepto técnico según el cual evidencia es aquello que aumenta la probabilidad de que algo sea verdadero. Ahora, si veo un bulto del tamaño de un tigre, con la forma de un tigre, con el pelaje de un tigre, con el olor de un tigre, con las garras de un tigre, es muy probable que es verdadero que estoy frente a un tigre.
Este concepto técnico de evidencia nos exige utilizar criterios como los estímulos sensoriales a través de los cuales veo el pelaje del tigre o sus garras. Este concepto excluye el miedo o mi deseo de estar frente a un tigre como criterio para decir que es verdadero que estoy frente a un tigre. Dados los criterios, el método consiste en hacer uso de la vista, el olfato, el tacto (!) para determinar si es verdadero que estoy frente a un tigre.
Obviamente bajo la luz del sentido común esto puede parecer absurdo, pues que algo parezca un tigre es suficiente para huir. Incluso, es suficiente sentir miedo frente a un bulto que parece un tigre para huir, pues es mejor asumir que es verdadero que estoy frente a un tigre que esperar a que el tigre nos pruebe este hecho. Para el filósofo, no. Este último no tiene que resolver el problema inmediato de estar frente a un tigre (por dicha), pues su finalidad es recomendar razonablemente qué deberíamos creer en condiciones idealizadas, es decir, en condiciones en las cuales no estamos frente a algo que parece un tigre o es un tigre. Sino en un escenario hipotético como el que hemos utilizado aquí.
Entonces, el filósofo razonablemente recomienda creer que aquello que está frente a nosotros es un tigre si cumplimos con los criterios y aplicamos los métodos que se encuentran en el concepto técnico de evidencia. Igualmente, el filósofo razonablemente recomienda que hagamos tal o tal cosa o que nos sintamos de tal y tal forma en una situación hipotética. Por ejemplo, algunos filósofos recomiendan actuar de forma que nuestras intenciones sean las mejores, otros recomiendan actuar de forma que las consecuencias de nuestra acción sean las más deseables.
En conclusión, el fin de filosofar es recomendar razonablemente una creencia, una acción o un sentimiento basándose en conceptos que contienen criterios y métodos que se aplican en situaciones hipotéticas. El filósofo lee, discute, teoriza, analiza y piensa para ofrecer el mejor consejo posible, aquel que sea más razonable. El filósofo no es un elegido. El filósofo no sabe algo que nadie más sabe. El filósofo no tiene un acceso privilegiado a verdades eternas. El filósofo es simplemente aquel que se inclina a lo mejor.