Normalmente, se cree que plantear problemas filosóficos es parte de la condición humana. Es decir, hay algo en lo que somos que nos hace idear este tipo de problemas. Algunos apuntan que nuestra capacidad reflexiva, o sea, nuestra capacidad de observarnos a nosotros mismos en tercera persona, nos obliga a plantearnos problemas filosóficos. Esta capacidad nos permite hacernos preguntas como ¿Cuál es el sentido de la vida?, ¿Qué debería hacer?, ¿Qué debería creer?
Sin embargo, es plausible creer que muchos seres humanos en muchas épocas no han tenido la más mínima inquietud filosófica. Es decir, no se plantearon ningún tipo de pregunta que ahora reconoceríamos como filosófica. Estas preguntas parecen ser innecesarias, y hasta inconvenientes, para el desarrollo de la vida diaria en ciertos contextos. En la gélida tundra o en la espesura de la selva, hay poquísimo tiempo para pensar más y actuar menos.
Se podría decir que este tipo de preguntas pueden ser planteadas en contextos sociales de alta especialización, donde la distribución de tareas está muy segmentada. Mientras unos se dedican a sembrar, a intercambiar productos o a administrar salvación para las almas, otros se dedican a filosofar, es decir, a hacerse preguntas filosóficas.
De lo anterior se sigue que los problemas filosóficos no son parte de la condición humana y responden a contextos históricos específicos con condiciones de alta especialización. Con esto, no queremos decir que hay culturas o épocas pre-filosóficas, sino que hay culturas y épocas afilosóficas. Lo primero supone una incapacidad para plantearse preguntas filosóficas, lo segundo supone el desinterés, sin ausencia de la capacidad, para plantearse preguntas filosóficas.
Dicho esto, es plausible creer que plantearse problemas filosóficos responde a la resolución de problemas de culturas y épocas específicas.
Por ejemplo, la inquietud de Sócrates por la enseñanza de la virtud a los jóvenes se dio en un contexto histórico donde la educación se tornó más importante, puesto que las reformas sociales y las transformaciones económicas hicieron el acceso a la vida política cada vez más igualitario para los aristócratas y los no-aristócratas.Es decir, la vida política ateniense estaba siendo accesible a ciudadanos que no eran considerados excelentes por naturaleza. Esta es la razón por la cual Sócrates se hace la célebre pregunta por la naturaleza de la virtud, que tiene como finalidad explicar cómo puede enseñarse la virtud. Con este ejemplo quiero mostrar que los problemas filosóficos no están “ahí afuera”, independientes del contexto histórico, como si fuesen parte de nuestra naturaleza.
Al contrario, los problemas filosóficos están anclados en un contexto histórico y tienen una historia propia, y esa historia de los problemas de la filosofía es la filosofía misma.