Habitualmente confiamos en el testimonio que nos ofrecen los expertos sobre los temas en los cuales son expertos. Por ejemplo, confiamos en el testimonio del arqueólogo que nos dice que América fue el último continente en ser poblado por seres humanos anatómicamente modernos. Y así sucede con la mayoría del conocimiento que tenemos del mundo. Nuestro conocimiento sobre lingüística, arqueología, física, astronomía lo adquirimos a través del testimonio de expertos, pues un solo individuo es incapaz de abarcar todas las áreas del conocimiento debido a la especificidad y el volumen de la producción de conocimiento.
Los expertos son personas instruidas, entrenadas y con vasto conocimiento sobre un tema. También, los expertos se dedican a la investigación académica en universidades y centros de investigación. Además, la opinión de los expertos es tomada en cuenta a la hora de formular políticas públicas. Lo más importante: el experto tiene la última palabra respecto a su área de conocimiento. Esto quiere decir que el experto es la autoridad en lo que a su área de conocimiento se refiere. Por ejemplo, si un arqueólogo nos indica que América fue el último continente en ser poblado por seres humanos anatómicamente modernos, debemos reconocer al experto como autoridad en el tema. Del mismo modo sucede con otros expertos.
¿Son los filósofos expertos?
Sin embargo, cabe preguntarnos si los filósofos son expertos en este sentido, pues sabemos que los filósofos son instruidos, entrenados y tienen vasto conocimiento sobre un tema. Los filósofos se dedican a la investigación académica en centros de investigación y universidades. Además, son tomados en cuenta a la hora de formular políticas públicas. Sin embargo, los filósofos no parecen ser la autoridad última sobre sus respectivas áreas de conocimiento. Por ejemplo, un filósofo que tiene como área de conocimiento lo que debemos hacer, lo que debemos creer, o lo que es bello no parece ser una autoridad última respecto a estos temas, ya que los no filósofos disienten, ponderan o ignoran lo dicho por el filósofo sobre estos temas. Es decir, el filósofo no es la autoridad última respecto a estos temas en los cuales supuestamente los filósofos son expertos.
A esto se podría responder que los filósofos saben más respecto a estos temas que el común, y que deberíamos tenerlos como autoridad última respecto a estos temas. Pero aquí es importante distinguir entre dos tipos de conocimiento sobre un tema. Primero, se puede tener conocimiento sobre los argumentos, la evidencia, y la opinión de otros investigadores sobre un tema. Segundo, se puede tener conocimiento sobre el tema en sí mismo. Es decir, una persona puede ser experta sobre los argumentos, la evidencia, y la opinión de otros investigadores sin ser experta respecto al tema al cual refieren los argumentos, la evidencia y la opinión de otros investigadores. De este modo, los filósofos tienen un vasto conocimiento sobre los argumentos, la evidencia y la opinión de los investigadores sobre los temas que tratan, pero no conocen el tema en sí mismo. Así, el filósofo no conoce si existe o no Dios, pero sí conoce los argumentos, la evidencia y la opinión de los investigadores respecto a si existe o no Dios. En cambio, el arqueólogo sí conoce que América fue el último continente en ser poblado por seres humanos anatómicamente modernos, y no apenas los argumentos, la evidencia y la opinión de otros investigadores.
De ello se desprende que los filósofos son expertos de forma indirecta y no directa. De ahí que no reconozcamos en el filósofo la autoridad que reconocemos en el antropólogo, el físico o el químico. Esto nos lleva a una conclusión escéptica: el filósofo no es experto como el antropólogo, el físico o el químico, porque no conoce como el antropólogo, el físico o el químico. El filósofo no conoce la respuesta a los problemas que sea plantea, apenas conoce el debate alrededor de los problemas que se plantea. Y aquí es donde el filósofo no se iguala a otros expertos, pues su falta de conocimiento le impide ser la autoridad última respecto a un tema. Nuestro desdén hacia lo que dice el filósofo lo delata, y nos exige reflexionar sobre el lugar del filósofo entre los expertos.