En Costa Rica, los filósofos, según la opinión popular, son locos o eruditos. No es extraño escuchar a la hora de que algún filósofo revela su profesión comentarios como: “Debe saber mucho” o “Un loco”. Esta opinión parece originarse en creencias falsas y anécdotas inciertas sobre los filósofos. Por ejemplo, Tales de Mileto, considerado el primer filósofo, cayó en un hoyo, ya que caminaba observando las estrellas y no el suelo. Esta anécdota ha sido suficiente para construir la figura del filósofo como aquel que está embebido en sus pensamientos y ausente del mundo.
Sin embargo, la apelación a esta anécdota para explicar la imagen de loco o erudito alrededor de los filósofos es insuficiente.
Creo que hay dos razones por las cuales se considera al filósofo como un loco. Primero, historias como la de Tales describen al filósofo como aquel que no está consciente del mundo que lo rodea. Es decir, como alguien que habita en una realidad paralela construida con entidades que son fruto de su imaginación. La construcción teórica en filosofía demanda interactuar con entidades que no son perceptibles, y ello levanta sospechas. Segundo, el lenguaje técnico de la filosofía no deja traslucir lo que el filósofo quiere decir de forma, o cómo lo que dice explica o describe algún aspecto de la realidad. Por ello, parece que el filósofo está hablando consigo mismo, o que solo los filósofos pueden hablar entre ellos, ya que el interlocutor sin entrenamiento filosófico no puede seguir los razonamientos filosóficos ni captar los contenidos y sutilezas del lenguaje técnico de la filosofía. Ambas características son tenidas como sintomáticas de la locura: el filósofo, como el loco, no está «aquí» y, por ello, no puede comunicarse con los otros.
También, podemos apuntar dos razones por las cuales se considera al filósofo como un erudito. Primero, la actividad a través de la cual el filósofo hace su trabajo es la lectura y la escritura. Las investigaciones filosóficas se llevan a cabo a través de la comprensión, reconstrucción, diagramación y crítica de argumentos. Normalmente, un filósofo se encontrará leyendo o escribiendo un libro o artículo de revista especializada. Esto no debe confundirse con erudición, pues los filósofos trabajan en áreas especializadas con objetos y temas delimitados, como sucede en química o historia. Además, las publicaciones filosóficas no tienen el formato que popularmente se cree: grandes tomos que contienen teorías exhaustivas sobre todos los temas posibles. Al contrario, las publicaciones especializadas en filosofía se componen de artículos sobre temas especializados y libros que desarrollan argumentos acotados. Los filósofos no pretenden saberlo todo ni lo saben todo. Segundo, la filosofía requiere de un uso preciso del lenguaje debido a sus altas pautas de calidad. Es decir, el filósofo tiene un vocabulario preciso y, probablemente, más extenso respecto a aquellos que no son filósofos. La escritura y el discurso filosófico requiere de esta precisión para distinguir los matices que puede tener un mismo concepto, argumento, o tesis. Así, se confunde un requisito mínimo para hacer filosofía con erudición.
La persistencia de estas ideas equivocadas sobre la filosofía y los filósofos tiene consecuencias directas para la filosofía como disciplina. Primero, el menosprecio por lo que hacen los filósofos. No es extraño escuchar expresiones de desdén respecto a lo que hacen los filósofos. Filosofar se percibe como un desperdicio de recursos que podrían estar enfocados en áreas como ingeniería o ciencias o salud. Segundo, la filosofía no es tenida como un área de desarrollo profesional. Se concibe apenas como una actividad peculiar e incluso un pasatiempo. Esto no permite el aprovechamiento de las habilidades que tienen los filósofos en áreas diferentes a la enseñanza. Además, esta idea de que la filosofía no es un área profesional puede ser asumida por algunos graduados de filosofía que no tienen interés en desarrollar una actividad rigurosa, informativa y provechosa. Finalmente, la filosofía es marginalizada, produciendo precariedad laboral para quienes la ejercen, a pesar de ser una actividad provechosa debido a las habilidades específicas que genera.