La historia de la filosofía está compuesta de muchos y muy variados lugares comunes: que el filosofar es fuente de tristeza o delirio; que el filosofar es un ejercicio inútil y, por ello, grave; que el filosofar nace del asombro. Según el último, el mundo se nos presenta como la tensión entre extremos irreconciliables: el cambio y el reposo, la generación y la muerte, el placer y el dolor, lo uno y lo múltiple. Bajo esta óptica, el mundo es problemático, incluso imposible. Un mundo imposible pero existente es asombroso. Para tratar con ello, surge el filosofar como método secular para encarar el asombro que nos produce el mundo. Importantes, y no pocos, filósofos adhieren a este lugar común: el asombro es el combustible para el filosofar.
¿Acaso es el mundo tan problemático e irreconciliable como defienden los defensores de este lugar común? No. Cualquiera considera natural que de la semilla el árbol se levante o que la muerte los ojos anegue. Nada más natural que el placer siga de cerca al dolor, y que en el dolor se vislumbre el placer. Y es obvio que somos uno y muchos, que nos parecemos y diferimos. Entonces, ¿dónde está el asombro que se dice es la causa del filosofar?
Examinemos una inversión del orden:el filosofar produce el asombro.
Primero, analicemos una actividad que produce asombro: la magia. El asombro que produce el truco de magia no proviene de una subversión del orden natural, tampoco del engaño. Los efectos del truco de magia son evidentes, públicos. Cuando el mago hace aparecer un objeto de la nada, no pensamos que se subvirtió el orden natural, ni que fuimos engañados. Nos parece que el objeto apareció de la nada. Sin embargo, bien sabemos que ello es imposible. La pregunta no es si el objeto salió de la nada por subversión del orden natural o si el objeto que estamos observando se hace pasar por otro através del engaño, sino cómo hacer que parezca que el objeto salió de la nada. El mecanismo desconocido de la aparición súbita es lo que produce el asombro. Por ello, no extraña que los magos sean celosísimos respecto a sus técnicas. Así, el mago, para mantener el asombro, debe ocultar el mecanismo a través del cual se ejecuta la magia. Lo que produce el asombro es la ignorancia del mecanismo a través del cual el truco de magia es realizado.
Segundo, la filosofía produce el asombro de forma análoga a la magia. Las conclusiones filosóficas son asombrosas. Que exista un mundo más real que el real, donde los objetos mundanos tienen sus contrapartes realísimas, puras, inamovibles y eternas produce asombro, pero que la vida se reduzca a polvo, no. Una vez que el filosofar declara que el mundo se compone de características contrapuestas, nos llenamos de asombro. El filosofar introduce la idea de que el mundo está compuesto de propiedades contrapuestas y no es el filosofar el que tiene como punto de partida el asombro que produce un mundo compuesto por propiedades contrapuestas.
¿Cómo es posible esto, si aquello? ¿cómo es posible aquello, si esto? El filosofar hace que el mundo pierda su fluidez original y se perciba través de categorías estancas. El filosofar produce asombro.
Como la magia, el filosofar produce asombro siempre y cuando se mantenga oculto el mecanismo que lo sustenta.El razonamiento es el mecanismo del filosofar. Cuando comprendemos el razonamiento que sustenta a la conclusión filosófica, desaparece el asombro que esta nos produce: O desdeñamos la conclusión porque creemos que el razonamiento es débil o aceptamos la conclusión como lo que naturalmente se sigue del razonamiento. Es decir, o consideramos absurda la aseveración de que el mundo está compuesto por propiedades contrapuestas o consideramos como un hecho natural la existencia de un mundo compuesto por propiedades contrapuestas. Sea cual sea el caso, el asombro se diluye.
Si el asombro no es el origen del filosofar, entonces, a qué debemos tan insólita actividad. La respuesta se me escapa. Si bien aquí dejamos en la oscuridad la causa del filosofar, nuestro análisis sugiere una respuesta a otra no menos espinosa cuestión: cómo distinguir entre sofística y filosofía, hasta dónde llegan una y otra. Aquí un esbozo de respuesta: aunque el acto de filosofar sea uno, su ocultamiento o explicitación distingue al filósofo del sofista. El sofista no hace público su razonamiento, el filósofo, sí. El sofista desea mantener el asombro,el filósofo, no. Así, el sofista se parece más a un mago, a un hacedor de prodigios, que encandila a los incautos con sus conclusiones asombrosas. Él es el dueño de la lumbre. Mientras tanto, el filósofo intenta iluminar el camino de su razonamiento y disipar el asombro. Él nos hace dueños de la lumbre.
En conclusión, el filosofar no nace del asombro. Al contrario de lo que comúnmente se cree, el filosofar produce el asombro con sus conclusiones, pues estas vuelven el mundo problemático. Sin embargo, el asombro solo se produce si ignoramos el razonamiento que origina dichas conclusiones. Si bien dejamos sin respuesta la pregunta por la causa del filosofar, esbozamos una distinción útil entre el filósofo y el sofista. Espero este texto no haya confabulado con el asombro.